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Siguiendo nuestro estudio en los distintos aspectos que engloban la prevención en salud mental infanto-juvenil, durante 2012 hemos desarrollado la "Guía breve de Educación Emocional para familiares y educadores", encaminado para que uno pueda entender las diferentes inteligencias, la importancia de la educación emocional y de los valores, para así poder percibir mejor el potencial de su hijo mas allá de la parte solamente académica. Al igual que las demás guías, puede ser descargada gratuitamente pinchando sobre la portada.

Apego, vínculo

El apego o vínculo es la relación que se establece entre un bebé y su cuidador originalmente, que se incorpora en él, le acompaña a lo largo de la vida y condiciona su capacidad para desarrollar relaciones más complejas en su desarrollo, e influye, de forma muy importante, en la calidad de las relaciones interpersonales futuras. Las primeras relaciones de apego se establecen con los cuidadores primarios, sean la madre, el padre, otro familiar, un cuidador profesional... El niño pequeño tiene unas necesidades básicas de atención a sus necesidades fisiológicas y emocionales, estado de apetito, temperatura, salud; sin que un adulto se haga cargo de esas necesidades básicas, el bebé no sobrevive. Si el niño no siente que ante una situación de angustia, de miedo, de hambre, de frío, hay un adulto que responde, va creciendo sin seguridad en que las personas y el mundo le puedan cuidar. Crece con desconfianza básica, o con resentimiento, o con incapacidad para vivir a las personas como agentes de algo bueno para ellos. Con miedo al abandono.

El apego seguro es aquella relación que se basa en la seguridad y la confianza, y que permite al individuo en crecimiento mirar al mundo, explorarlo, aprender, desarrollarse. Tener alguna relación de apego seguro en la infancia es un seguro de vida para poder establecer relaciones de confianza, intimidad, amor, en el futuro. Un apego inseguro, ambivalente o desorganizado (los tipos fundamentales de apegos no seguros) es un factor de riesgo importante para el desarrollo de trastornos de personalidad y de conducta. Desgraciadamente, en los niños en situación de desamparo predominan los apegos no seguros. Esto hace que cualquier adulto que se relacione con estos niños tiene que tener un especial cuidado, sensibilidad y responsabilidad en el establecimiento de relaciones con estos niños. Son especialmente sensibles a las relaciones inadecuadas, despreocupadas, interrumpidas, irresponsables. Todos tiramos de nuestras experiencias previas para imaginarnos como va a ser la relación con una persona que conocemos. Tenemos unos modelos de relación interiorizados, basados en nuestras vivencias, de cómo se relaciona la gente entre sí. Estos modelos se basan en cómo se ha relacionado la gente con nosotros en el pasado. Idealmente tendremos referencia de relaciones de muchos tipos, pero no faltará la experiencia de una relación de cuidado, de amor, en que hemos sido muy importantes para alguien, que nos han querido incondicionalmente, que nos han respetado, que nos han escuchado. La tendencia natural de todos, y por supuesto también de los niños en acogimiento, será la de esperar de los adultos el mismo tipo de interacción que han vivido en el pasado (o alguna de ellas). Lo normal, por tanto, será que no esperen nada bueno del adulto que ahora se acerca para intentar ayudarle.

Y costará mucho demostrar a cada niño concreto que nuestro comportamiento con él, que la relación que le ofrecemos, es algo diferente a lo que ha vivido. Seguro que no le convencemos con las palabras. Solo la experiencia de un tipo de relación nuevo, diferente, cuidadoso, que soporta los envites y las dificultades a que el niño está exponiéndola, será capaz de, poco a poco, irse convirtiendo en un modelo de relación nuevo que el niño pueda interiorizar y, en el futuro, ofrecer a los demás. Cuanto más dañado esté el niño previamente a nivel relacional, a nivel emocional, más costará que se abra a una relación de confianza real, y de seguridad, más difícil lo hará, más le costará creérselo. La apariencia será con frecuencia la de un niño, o niña, que se relaciona con dificultad, resentido, oposicionista. Otras veces, que se relaciona con excesiva facilidad. Es otra de las caras del vínculo dañado. La rápida y falsa capacidad para vincularse, indiscriminadamente, a cualquiera que de inicio no haga daño. Pero nadie puede acelerar el tempo de la curación del vínculo y ese tipo de vinculaciones suele acabar mal, porque la demanda subyacente (de convertirse en lo que ha estado ausente, una madre, un vínculo seguro) es imposible de satisfacer. Y la relación se repite una y otra vez, acabando en frustración y decepción, o, en el peor de los casos, en relaciones afectivas o sentimentales dañinas.

Es por eso que la continuidad, el respeto, la duración, la autenticidad, la disponibilidad, son elementos que pueden hacer que una nueva relación sea emocionalmente correctora. No es labor del educador o la institución cuidadora reparar vínculos. Sí debe ser no dañarlos más. Pero a veces, hay suerte, o buena planificación, y se pueden dar las condiciones idóneas en la relación educador-niño y la relación puede ser terapéutica. Muy resumidamente, el educador que podría plantearse tener una relación terapéutica de los vínculos dañados de un niño tendría que ser duradero en el tiempo, y ha tenido que poder vivir con el niño y superar experiencias de distinto tipo, haber superado las pruebas a las que el niño le va a someter, inconscientemente, para comprobar si el educador sigue “ahí”, con él, en lo bueno y en lo malo. Para adquirir la confianza verdadera del niño, una confianza constructiva, que dé al niño seguridad y capacidad para crecer como individuo independiente, es necesario que el educador ocupe muy bien el lugar que le corresponde, sin generar falsas expectativas de suplantar un padre que no hubo, pero con toda la cercanía, respeto, disponibilidad y acompañamiento que son la base de una buena relación.

Los educadores de menores en acogimiento se ven sometidos a mucha presión psicológica. Los niños, si el educador se deja, vuelcan en él todas sus angustias, y el educador tiene que poder manejar esas angustias de una manera madura y constructiva, sin evitar la relación con el niño, sin reaccionar intentando reparar más allá de lo posible, sin sobreproteger o victimizar. Para ello, suele ser necesario tener algún mecanismo para cuidar al educador, para supervisar su labor, para ayudarle a ventilar y gestionar la angustia de trabajar con niños tan carenciados y dañados.

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